Desde lo alto de Dazar'alor, la ciudad se desplegaba como un mar dorado bajo la luz del sol. Yukatá, prelado del poderoso loa Rezan, observaba desde su balcón, sintiendo el viento cálido que traía consigo los sonidos de la vida zandalari. Era un guerrero, un protector, y su devoción hacia Rezan era inquebrantable. Pero en esos momentos, su mirada no estaba puesta en la ciudad ni en los enemigos que acechaban, sino en la figura de A'ru, la Suma Sacerdotisa a quien amaba profundamente.
A'ru era la luz que guiaba su camino, tan poderosa y resplandeciente como el sol de Zuldazar. Juntos, habían enfrentado incontables desafíos, compartiendo tanto las alegrías como las penas que venían con el servicio a Rezan. Sin embargo últimamente algo había cambiado. A'ru,que lo había atraído desde el principio, parecía estar distanciándose de él.
Yukatá lo había notado al principio en pequeños detalles: las conversaciones que antes fluían fácilmente ahora eran más cortas, los momentos que solían compartir bajo las estrellas se habían vuelto menos frecuentes. Pero lo que más le preocupaba era la intensidad con la que A'ru se entregaba a su búsqueda de poder. Pasaba largas horas en el templo, rodeada de artefactos antiguos y textos sagrados, buscando maneras de fortalecer su vínculo con Rezan, de alcanzar nuevas alturas en su servicio al loa. Lo que antes había sido una devoción compartida ahora se sentía como una competencia en la que Yukatá no participaba.
No era que A'ru hubiera dejado de amarlo, lo sabía en su corazón. Había momentos, aunque cada vez más raros, en los que la veía luchar contra esa distancia que se había formado entre ellos. Pero el poder tenía un precio, y Yukatá temía que A'ru estuviera empezando a pagarlo con su alma.
Mientras A'ru se sumergía en sus estudios y rituales, Yukatá cumplía con su deber como prelado. Patrullaba la ciudad, enfrentando a los enemigos del imperio con el poder de la luz que Rezan le otorgaba. Era un guerrero nato, capaz de desatar devastadores ataques o sanar heridas leves a sus camaradas con un simple gesto. Sin embargo, en su corazón, el verdadero combate era interno: proteger a A'ru, no solo de los peligros que acechaban en las sombras de Dazar'alor, sino también de la oscuridad que podía consumirla desde dentro.
Una tarde, mientras regresaba de un enfrentamiento en las calles de la ciudad, donde había acabado con un grupo de invasores que habían osado desafiar la seguridad de su hogar, Yukatá escuchó un rumor que heló su sangre. Un complot se estaba gestando contra A'ru, impulsado por aquellos que temían su creciente poder. Sacerdotes celosos conspiraban para derribarla, buscando desacreditarla y arrebatarle su posición.
Yukatá sintió la furia arder en su interior, pero también un profundo dolor. Sabía que A'ru estaba más sola que nunca, apartándose incluso de él, su protector y amante. Pero no podía permitirse dejar que esos sentimientos lo debilitaran. Rezan no había elegido a Yukatá por su debilidad, sino por su fuerza y su inquebrantable voluntad de proteger a los suyos.
En lugar de actuar con sigilo, como lo haría un asesino, Yukatá optó por lo que mejor sabía hacer: el combate directo. La sutileza nunca había sido su arma; su fuerza residía en la confrontación abierta, donde podía canalizar la ira y el poder que Rezan le otorgaba. No había espacio para la paciencia o el engaño en su corazón; sus enemigos sentirían la ira del loa de los reyes.
Los rumores del complot contra A'ru se extendían como una sombra venenosa a través de Dazar'alor. Sabían que no podrían enfrentarse a ella en el campo espiritual, donde su conexión con Rezan era insuperable, así que optaron por la traición y la manipulación.
Yukatá, con la furia palpitando en sus venas, decidió no esperar a que los conspiradores tomaran la iniciativa. No era un trol que conociera el temor, y mucho menos cuando la vida de A'ru estaba en peligro. No se ocultó en las sombras ni buscó información en susurros. Se lanzó a la acción con la ferocidad de un trueno que anuncia la tormenta, decidido a erradicar la amenaza de raíz.
Su primer objetivo fue una reunión secreta en uno de los distritos más oscuros de Dazar'alor, donde los conspiradores se habían congregado para planear su próximo movimiento. Yukatá llegó sin anunciarse, su presencia marcada solo por el brillo de la luz sagrada que emanaba de su cuerpo, un resplandor que iluminó las calles como una señal de advertencia. Los pocos guardias que intentaron detenerlo fueron abatidos con la precisión y velocidad de un rayo; sus cuerpos cayeron sin emitir más que un breve grito, incapaces de resistir el poder del prelado.
Al irrumpir en el lugar, la sala se llenó de un destello cegador. Yukatá, envuelto en la furia de Rezan, se alzó como una figura imponente, su lanza brillando con la luz de los antiguos. Los rostros de los traidores, pálidos de terror, reflejaban su inminente destino. No hubo negociación, ni advertencia; solo la justicia implacable de un guerrero que había jurado proteger lo que amaba.
Con un movimiento fluido, Yukatá invocó el poder de Rezan. Su lanza, canalizando la luz sagrada, atravesó el aire con un resplandor cegador, impactando en el corazón del líder de los conspiradores. El zandalari no tuvo tiempo para gritar; su cuerpo se desintegró en una explosión de luz. Los demás, viendo el destino de su líder, intentaron huir, pero la sala se convirtió en un campo de batalla dominado por el poder del loa.
Yukatá se movió como una tormenta desatada, su lanza trazando arcos de luz que cortaban a través del aire y de la carne con igual facilidad. Cada golpe que lanzaba era un recordatorio de la ira divina de Rezan. Los conspiradores caían uno tras otro, sus gritos sofocados por el rugido del poder sagrado que resonaba en la sala. El suelo, una vez limpio, se cubrió de escombros y cenizas, testigos mudos de la devastación que había traído consigo el prelado.
Los últimos supervivientes, conscientes de que no había escapatoria, intentaron rendirse, pero Yukatá no les otorgó misericordia. Sabía que aquellos que habían conspirado contra A'ru no merecían piedad. No podía arriesgarse a que quedara ni una chispa de traición que pudiera avivarse en el futuro. Con una determinación feroz, acabó con ellos, invocando una última oleada de luz sagrada que limpió la sala de cualquier presencia maligna.
Cuando la calma finalmente regresó, Yukatá se quedó solo en medio de los restos de la conspiración, respirando con dificultad. La sala, que había sido un nido de traición, ahora estaba purificada por la furia de Rezan. Pero en su corazón, el prelado no sentía satisfacción. Había cumplido con su deber, había eliminado la amenaza, pero el vacío que sentía por el distanciamiento con A'ru seguía allí, profundo e implacable.
Al regresar al templo, esperando encontrar a A'ru y compartir con ella la noticia de que había neutralizado la amenaza, la encontró absorta en sus estudios. Su rostro mostraba señales de cansancio, pero también un brillo que Yukatá no había visto antes: la ambición de alguien que había saboreado el poder y que ahora deseaba más.
- A'ru... - dijo Yukatá con voz grave, su cuerpo aún marcado por las batallas del día - Los enemigos que planeaban hacerte daño han sido eliminados. Ya no tienes nada que temer.
A'ru levantó la vista de sus textos, sus ojos mostrando un destello de aprecio antes de que su expresión volviera a la fría serenidad que había adoptado últimamente.
- Gracias, Yukatá - respondió ella suavemente, su voz cargada de una mezcla de cansancio y determinación - Sabía que podía confiar en ti.
Pero mientras esas palabras se asentaban en el aire entre ellos, Yukatá sintió la distancia que seguía creciendo. Ya no era sólo la Suma Sacerdotisa de Rezan, la trol a la que había jurado proteger con su vida; ahora era alguien que caminaba por un camino solitario, uno que, temía, la alejaba de él cada día un poco más.
Yukatá no dejaría de luchar, ni de protegerla. Pero mientras lo hacía, sabía que su batalla más difícil no sería contra los enemigos del imperio, sino contra la barrera invisible que se alzaba entre él y la trol a la que amaba. Rezaría a Rezan para que guiara sus pasos, esperando que, algún día, A'ru volviera a ser la trol que había conquistado su corazón, y que juntos pudieran enfrentar el futuro sin la sombra de la ambición separándolos.