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La sombra del traidor - Parte 4

 Con la caída de Karo'zin, la Resistencia se había dispersado, pero no destruido. Las calles de Dazar'alor habían vuelto a su calma habitual, aunque esta paz era solo una superficie engañosa. Yukatá y A'ru, aunque aún unidos en su devoción al loa Rezan, sentían una barrera invisible que los distanciaba.

 

 Los rumores persistían. Las antiguas susurrantes de Karo'zin parecían haberse debilitado, pero de vez en cuando Yukatá oía el eco de voces que no podían ser ignoradas. Los seguidores de Karo'zin no habían desaparecido, y sus ideales seguían vivos, como brasas ardientes a punto de encenderse en llamas.

 

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 A medida que los días pasaban, Yukatá y A'ru enfrentaban nuevos desafíos. Algunos de los antiguos aliados de Karo'zin habían vuelto a sus deberes como sacerdotes y guerreros, aparentando lealtad a A'ru, pero Yukatá no podía confiar en ellos. La frialdad y el desdén en sus miradas delataban que la traición aún rondaba, esperando el momento propicio para emerger. En cada ceremonia, en cada consejo, Yukatá vigilaba atentamente, consciente de que la amenaza de la Resistencia no había sido completamente eliminada.

 

 En una ocasión, durante una audiencia en la sala de ceremonias del templo, A'ru habló con firmeza a su pueblo, renovando su promesa de servir a Rezan y a los zandalari. Sin embargo, Yukatá, observando a la multitud desde la retaguardia, percibió miradas de duda y desdén, especialmente entre los sacerdotes que antes apoyaban a Karo'zin.

 

Esa noche, después de la ceremonia, Yukatá confrontó a A'ru en sus aposentos.

 

—A'ru, no podemos ignorar esto. La Resistencia sigue presente. Puedo sentir su veneno en cada esquina de la ciudad, y tú eres su principal objetivo.

 

A'ru lo miró, cansada, y se cruzó de brazos, distanciándose.

 

—¿Crees que no lo sé? —respondió ella, con una nota de amargura—. La traición de Karo'zin ha sembrado una desconfianza que ni tú ni yo podremos erradicar fácilmente. Pero he elegido no dejarme gobernar por el miedo. ¿Qué más puedo hacer, Yukatá? ¿Acaso debería castigar a todo aquel que me mire con recelo?

 

Yukatá deseaba poder aliviar su carga, pero sentía que cualquier intento de consuelo era rechazado. La devoción que había entre ellos ahora se veía empañada por una distancia emocional que ni el poder de Rezan podía sanar.

 

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 Unas noches después, mientras la ciudad dormía, Yukatá recibió noticias alarmantes de uno de sus vigilantes. La Resistencia se estaba reuniendo en el antiguo santuario de Rezan, a las afueras de la ciudad. Yukatá partió de inmediato, acompañado solo por algunos de sus guerreros más leales. A'ru insistió en que él debía ir sin ella, manteniendo su distancia de la amenaza directa, y Yukatá obedeció, aunque su corazón temía por ella.

 

 Al llegar al templo, Yukatá descubrió que los rumores eran ciertos. Las sombras se movían entre las ruinas del santuario, y los seguidores de Karo'zin estaban reunidos en un círculo, susurrando oraciones extrañas que parecían distorsionar el aire a su alrededor. Reconoció algunas de las caras: sacerdotes y soldados que habían jurado lealtad a A'ru, pero que ahora mostraban su verdadera naturaleza.

 

—¡Por el nombre de Rezan, cesen en su traición! —gritó Yukatá, alzando su lanza que brilló con una luz feroz, iluminando el santuario.

 

 La Resistencia no se amedrentó; algunos de ellos se dispersaron, mientras que otros lanzaron ataques hacia Yukatá, invocando energías oscuras que parecían erosionar su luz sagrada. Pero él se mantuvo firme, luchando con la furia y la devoción que caracterizaban a los prelados. Sabía que no podía fallar. Aun con la distancia entre él y A'ru, su corazón le pertenecía a ella, y protegerla era su propósito.

 

 La batalla fue breve pero intensa. Yukatá y sus guerreros lograron ahuyentar a la mayoría de los seguidores, pero varios escaparon entre la espesura de la jungla, dispuestos a reorganizarse. Aunque había ganado aquella noche, Yukatá comprendió que la Resistencia seguía siendo una amenaza latente.

 

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 Al regresar a Dazar'alor, Yukatá fue recibido por A'ru en los jardines de su residencia. La Suma Sacerdotisa lo observó en silencio, y aunque intentaba ocultarlo, él podía ver la preocupación en sus ojos. Sin embargo, había también una barrera fría, una distancia que parecía infranqueable.

 

—Gracias por proteger el santuario, Yukatá —dijo A'ru, su voz suave pero distante—. Rezan y nuestro pueblo te deben mucho.

 

Yukatá asintió, sintiendo que, a pesar de su esfuerzo, no lograba alcanzar el corazón de A'ru.

 

—Lo haría una y mil veces, A'ru. Mi lealtad hacia ti y hacia Rezan no cambiará. Pero esta lucha nos está alejando, y temo que la Resistencia terminará desgarrándonos no solo como protectores de Rezan, sino también como… —su voz se quebró—.

 

A'ru desvió la mirada, incapaz de sostener su mirada, y finalmente respondió, su voz apenas un susurro.

 

—Yukatá… tengo miedo —confesó, sus palabras cayendo como piedras en el espacio que se había abierto entre ellos—. Karo'zin ha conseguido que me cuestione a mí misma, que dude de lo que estoy haciendo. Él supo ver en mí algo que yo misma apenas comprendo… esa ambición que me ha llevado hasta aquí.

 

 Yukatá sintió el dolor y la frustración en su pecho, pero se obligó a contenerse. Dio un paso hacia ella, aunque no la tocó.

 

—A'ru, no estás sola en esta lucha. No debes llevar todo el peso tú misma. Rezan eligió a los dos, a todos los que le servimos, para proteger a este imperio.

 

 A'ru lo miró, sus ojos brillantes pero llenos de algo que iba más allá del amor que una vez compartieron, algo oscuro y desafiante.

 

—¿Y si eso ya no es suficiente, Yukatá? —preguntó ella, en voz baja—. ¿Y si el poder que me corresponde no se limita a servir a Rezan? Cada día siento que mi voluntad crece, y con ella la certeza de que este imperio necesita una mano más fuerte, una fe inquebrantable, alguien dispuesto a sacrificar lo que sea necesario.

 

 Yukatá la miró, con el peso de la realidad cayendo sobre él. A'ru no estaba dispuesta a abandonar esa ambición que Karo'zin había despertado en ella, y aunque una parte de él comprendía su fervor, sentía que ese deseo la apartaba de él de una manera que quizás ya no podría enmendarse. No podía reprocharle su convicción, pero temía el precio que esa búsqueda de poder pudiera cobrarles a ambos.

 

—Entonces déjame seguir a tu lado, A'ru. Si decides caminar este camino, que sea conmigo. Tal vez no sea capaz de entender del todo tus decisiones, pero siempre te protegeré.

 

 A'ru esbozó una sonrisa leve, y aunque el brillo en sus ojos era de agradecimiento, Yukatá vio también una distancia insalvable en esa mirada.

 

—Eso harás, prelado. Lo sé. Y por ello me alegra que sigas aquí, vigilando por mí, incluso si nuestros caminos se distancian. —Hizo una pausa, y sus dedos rozaron la mano de Yukatá, pero la dejaron ir antes de entrelazarse—. Quizá nunca veas las cosas como yo, pero necesitamos proteger a este imperio… y eso significa que tengo que asumir todo el poder que pueda. No por ambición, Yukatá —corrigió, aunque la convicción en sus palabras resultaba algo sombría—, sino porque alguien debe tomar decisiones fuertes.

 

 Yukatá quiso decir algo, tender la mano para alcanzarla de nuevo, pero se detuvo. Comprendió entonces que había una barrera que ninguno de los dos podía cruzar. Rezan los había unido, pero las sendas que A'ru y él estaban tomando parecían destinadas a separarse, al menos en el espíritu.

 

 Desde las terrazas de la residencia, ambos miraron el Templo de Rezan a lo lejos, donde el sol empezaba a despuntar, bañando la estructura con un dorado brillante y solemne, casi eterno. Sabían que las amenazas externas no cesarían y que la Resistencia aún acechaba, esperando un momento de debilidad. Sin embargo, la distancia que ahora los separaba parecía tan insalvable como cualquier desafío externo.

 

 Yukatá permaneció a su lado, pero el silencio entre ellos reflejaba la brecha creciente. El amor y la lealtad aún los unían, pero el ansia de poder que ella sentía había plantado una sombra difícil de disipar.

 

 Mientras la luz del amanecer bañaba la ciudad, los dos permanecieron en silencio, compartiendo un destino incierto, conscientes de que, aunque sus corazones estuvieran en Dazar'alor, sus almas seguían un rumbo incierto y divergente.