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La sombra del traidor - Parte 1

 La luna llena bañaba las terrazas superiores de Dazar’alor con un resplandor suave y plateado. Desde allí, la ciudad se extendía como un océano de luces, y a lo lejos, en la distancia, el Templo de Rezan se alzaba solitario, imponente contra el horizonte. La silueta del templo, rodeada por la selva de Zandalar, recordaba la devoción ancestral de los zandalari a su loa primordial. Desde las alturas, Yukatá observaba el templo mientras el viento de la noche acariciaba su rostro. No podía sacudirse una inquietud que había crecido con los días, una sensación de amenaza latente que enrarecía el ambiente en la ciudad.

 

 A su lado, la Suma Sacerdotisa A'ru permanecía en silencio, sus ojos clavados en el distante santuario de Rezan, con una expresión solemne. La noche parecía más fría desde hacía tiempo, y la distancia entre ellos era como el mismo vacío que separaba la ciudad del templo. Yukatá sentía la carga de esta distancia; la relación entre ambos se había enfriado, y aunque A'ru todavía lo amaba en silencio, estaba tan absorta en sus deberes y ambiciones que cada día parecía más lejana.

 

—Se escuchan cada vez más rumores en la ciudad, y no son buenos —rompió Yukatá el silencio, su voz llena de preocupación. Era su protector, un guerrero que no temía enfrentar a cualquier enemigo; pero algo en aquella amenaza parecía distinta, más insidiosa.

 

 A'ru lo miró con una sonrisa fría, sin dejar que sus pensamientos se asomaran demasiado en su expresión.

 

—Son solo rumores de aquellos que no comprenden la voluntad de Rezan —respondió ella, con una calma que a Yukatá le pareció una mezcla de arrogancia y seguridad inquebrantable.

 

 La Reina Talanji, ocupada con sus propios tratos y acuerdos con la Horda, había optado por no intervenir. Aunque respetaba a A'ru como una figura espiritual, su atención estaba centrada en sostener la alianza zandalari con la Horda. Así, A'ru y Yukatá se encontraban solos en este conflicto, librando una guerra sin soldados ni ejércitos, solo con palabras susurradas y miradas esquivas.

 

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 Al amanecer del día siguiente, Yukatá se dirigió al mercado bajo de Dazar’alor, un laberinto de callejones bulliciosos donde la vida palpitaba, y donde también se tejían las historias y las dudas. Caminaba con cautela, observando los rostros, escuchando los murmullos de la gente. La inquietud y desconfianza que había visto en los ojos de algunos sacerdotes y ciudadanos había comenzado a expandirse; ahora, las palabras de desprecio hacia A'ru y sus decisiones se pronunciaban cada vez más abiertamente, y con cada rumor la devoción hacia Rezan parecía tambalearse.

 

 Cerca de una esquina, Yukatá notó a un pequeño grupo de trols conversando en voz baja. Al acercarse, sus agudos sentidos captaron fragmentos de conversación.

 

—... A'ru actúa como si tuviera el favor exclusivo de Rezan —decía uno de los hombres con el rostro cubierto por una capucha—. Nos convierte en peones, mientras ella acapara la devoción y el poder del loa.

 

—Rezan no favorece a un solo siervo. Su voluntad es proteger a todos los zandalari. —La mujer que hablaba, de apariencia austera, parecía una sacerdotisa de bajo rango, pero su tono estaba lleno de amargura.

 

 Yukatá sintió la ira bullir en su pecho al escuchar a esos traidores cuestionar la autoridad de A'ru. Pero sabía que actuar en ese momento solo los alertaría; había escuchado algo sobre una Resistencia, la cual era más organizada de lo que había imaginado. Se giró y abandonó el mercado con una sensación amarga en el alma.

 

 Esa misma tarde, al volver a los aposentos de A'ru en las alturas de la ciudad, Yukatá le informó sobre lo que había escuchado. La Suma Sacerdotisa, sin embargo, parecía indiferente.

 

—Déjalos murmurar —respondió, volviendo la mirada hacia el templo de Rezan a lo lejos—. Sus palabras no cambiarán la voluntad del loa.

 

 Yukatá percibió el leve temblor en su voz, una grieta en su seguridad. Quizá A'ru no se lo reconocía a sí misma, pero estaba empezando a sentir la presión de los rumores, de las sospechas que se acumulaban como un veneno lento.

 

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 Unas noches después, mientras las estrellas brillaban sobre Dazar'alor, la paz de la ciudad se rompió con una noticia inesperada: el Templo de Rezan, lejos de la ciudad, había sido atacado. Algunos conspiradores, aprovechando la distancia y la tranquilidad del lugar, se infiltraron en los terrenos sagrados y comenzaron a destruir una de las estatuas principales dedicadas al loa. El ataque fue rápido, y antes de que el resto de los guardianes del templo pudieran intervenir, ya habían causado serios daños a los símbolos sagrados.

 

 La noticia llegó a Yukatá como una punzada en el corazón. No esperó un momento y se preparó para partir hacia el templo. A'ru no intentó calmarlo, pidiéndole que actuara cuanto antes. Yukatá apenas pudo contenerse.

 

 Yukatá partió bajo el manto de la noche, cruzando la distancia que separaba Dazar'alor del templo con un fervor que le daba velocidad y fuerza. Cuando llegó, los conspiradores todavía estaban en los terrenos del templo, algunos huyendo y otros intentando completar su destrucción.

 

 El guerrero no esperó ni intentó disuadirlos. Lanzándose al combate directo, invocó el poder sagrado de Rezan, y su lanza brilló con una luz dorada que atravesó la oscuridad. Como un relámpago caído del cielo, se lanzó sobre sus enemigos, los cuales, al verlo, no tuvieron oportunidad de reaccionar. Cada golpe de su lanza era una manifestación de la ira de Rezan. Los conspiradores caían, aturdidos y sin esperanzas de escapar.

 

 A pesar de su furia, algunos lograron huir entre la vegetación y las sombras, desapareciendo en la lejanía antes de que Yukatá pudiera atraparlos. Cuando el combate terminó, los cuerpos de los conspiradores caídos yacían esparcidos en el suelo sagrado, y la sala dañada mostraba las marcas de la afrenta que acababan de cometer.

 

 Al observar la devastación, Yukatá comprendió que este era solo el primer golpe de una amenaza mucho mayor. Los conspiradores no temían enfrentarse al poder de Rezan, y, al parecer, estaban dispuestos a desatar su ira y desprecio para acabar con el liderazgo de A'ru, y tal vez, con el mismo culto de Rezan.

 

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 Al regresar a la ciudad, Yukatá llevaba consigo el peso de la noche, y una furia que apenas podía controlar. Aunque había derrotado a los atacantes, la amenaza no había sido eliminada; la Resistencia se movía como una serpiente que escapa entre las sombras, envenenando lentamente la fe de los zandalari. Ahora, no solo se trataba de proteger a A'ru de ataques físicos, sino de proteger su imagen y su posición.

 

 Esa noche, en los aposentos de A'ru, Yukatá intentó convencerla de que tomara acciones más firmes contra los rumores y las dudas que estaban corroyendo la fe en Rezan. Pero A'ru, aunque preocupada, mantenía su postura orgullosa.

 

—No necesito la aprobación de cobardes que se esconden en las sombras. Rezan está conmigo, y eso es suficiente.

 

Yukatá, frustrado y preocupado, la miró con intensidad.

 

—Rezan nos da su poder, sí, pero si pierden la fe en ti… entonces habrás perdido algo demasiado importante.

 

 Pero A'ru, determinada a no mostrarse débil, mantuvo su postura. Yukatá sintió una tristeza profunda, una distancia creciente que parecía insalvable. Sin embargo, no podía renunciar a protegerla, y menos ahora, cuando la sombra de la traición se cernía sobre ellos como una amenaza cada vez más tangible.

 

 Al contemplar la ciudad desde las alturas de Dazar’alor, con la silueta distante del templo en el horizonte, Yukatá juró que, mientras él viviera, ningún traidor tocaría a A'ru. Aunque su relación se tambaleara y las tensiones crecieran, su amor por ella era inquebrantable.