La brisa cálida de la isla Kalari acariciaba suavemente las hojas de las palmeras y los sonidos de la selva llenaban el ambiente con su constante vida. En la lejanía, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras la choza de Zu'kumbo y Okena, construida con paciencia y trabajo sobre una colina rodeada de vegetación espesa, brillaba con la luz del crepúsculo. La choza era una estructura elevada, fuerte pero armoniosa, un hogar que se integraba perfectamente con la naturaleza circundante.
En su interior, Okena, con el ceño ligeramente fruncido, cuidaba de sus cachorros mientras intentaba poner orden en la primera planta. Los utensilios para el cuidado de las bestias de Zu'kumbo estaban algo desordenados. Ella lo hacía todo mientras su mente estaba en otro lugar, inquieta por la ausencia de Zu'kumbo. Había pasado más de dos lunas desde la última vez que lo vio. La espera siempre era difícil, pero Okena, aunque inquieta, sabía que Zu'kumbo siempre regresaba.
Mientras colocaba un lazo bien trenzado en su sitio, escuchó un golpe en la segunda planta. Soltó un suspiro. Tazun, su primogénito, había empezado otro de sus juegos, probablemente arrastrando a los mellizos Ozune y Zuk'ja a sus trastadas. Sin duda, la energía de Tazun era imparable.
—¡Tazun! —llamó Okena con su voz firme y protectora, subiendo las escaleras. La tensión en su cuerpo aún persistía, reflejando su preocupación constante por el bienestar de sus cachorros—. ¡Deja de hacer ruido o harás que las pieles se caigan!
Tazun giró la cabeza con una sonrisa traviesa, su energía parecía inagotable.
—¡Estábamos cazando raptors, ma'da! —respondió Tazun con entusiasmo.
Okena dejó escapar un suspiro exasperado mientras veía que Ozune y Zuk'ja, los mellizos de 5 años, estaban claramente bajo el mando de Tazun. Ozune, más seria, intentaba leer un pergamino mientras se mantenía al margen, aunque sus ojos seguían a su hermano mayor con cierta curiosidad. Zuk'ja, siempre tranquilo e introvertido, simplemente observaba en silencio, como si se sintiera obligado a seguir el flujo.
—Gral te bendijo para aprender a cazar, no para destrozar la choza —replicó Okena, su tono aún firme pero con un dejo de cariño. Ella siempre sabía cómo contener a sus cachorros sin frenar completamente su espíritu. No quería apagar el fuego interior de Tazun, pero debía guiarlo.
Ayasha, la más pequeña, correteaba en la segunda planta, jugueteando con una pequeña réplica de una bestia. A pesar de su corta edad, ya mostraba una fascinación por las bestias que traía Zu'kumbo. Había algo en su manera de observar y tocar los juguetes que reflejaba su creciente afinidad con los animales.
Okena suspiró con cierta melancolía mientras sus ojos se desviaban hacia la escalera larga y curva que conectaba la primera y la segunda planta. La ausencia de Zu'kumbo pesaba. Aunque amaba a sus hijos con todo su ser, había momentos en los que deseaba su presencia, su calma imperturbable y su manera de liberar espacio para que ella pudiera respirar, leer o simplemente pensar.
Justo cuando Okena pensaba en todo esto, un sonido inconfundible llegó desde afuera. El distintivo chirrido que solo podía ser U'bara, el alasangre de Zu'kumbo. Ella se detuvo, su corazón acelerándose. Abrió la boca, sin poder creerlo del todo, y se acercó rápidamente a la entrada de la choza, asomándose por la plataforma circular de la primera planta.
A la luz del atardecer, allí estaba él. Zu'kumbo, con su característico andar sereno, llegaba cargando un gran saco lleno de huevos. Su atención estaba enfocada en la choza, el cansancio era evidente en sus ojos, pero la satisfacción y la alegría de regresar a casa brillaban intensamente.
—¡Chaako! —gritó Tazun desde lo alto de la segunda planta, su travesura olvidada al instante.
Okena bajó rápidamente las escaleras mientras los cachorros corrían detrás de ella. El reencuentro fue una explosión de energía. Tazun hablándole sin parar y Ozune tomándole la mano, mientras Zuk'ja se mantenía a unos pasos, con una sonrisa tímida. Ayasha intentó treparle con sus pequeños brazos, riéndose feliz.
Zu'kumbo soltó una carcajada profunda, rodeando a los cachorros con sus brazos. Alzó a Ayasha en el aire, balanceándola con facilidad, mientras con su otra mano acariciaba la cabeza de Tazun, que no paraba de hablar sobre las travesuras que había hecho en su ausencia.
Okena, aunque se mantuvo al margen por un instante, sintió cómo su tensión se desvanecía poco a poco. Era como si el regreso de Zu'kumbo hubiera calmado el torbellino de su mente. Se acercó lentamente, con una sonrisa más suave, y cuando él la vio, dejó a los cachorros.
—Es bueno estar en casa —dijo Zu'kumbo con voz baja, lo suficiente para que solo Okena lo escuchara.
Ella lo miró, sus ojos brillando de emoción contenida.
—Se te echaba de menos —respondió, su tono firme pero cargado de afecto.
————————————————————————————————————————————————
La noche cayó lentamente sobre la isla, y la familia se reunió en la segunda planta, alrededor de la mesa de pieles. Okena había preparado una comida sencilla, pero todos estaban felices de estar juntos de nuevo. Tazun no dejaba de contar historias, mientras Ayasha se sentaba cerca de Zu'kumbo, observando con fascinación cómo él hablaba sobre las nuevas bestias que había traído para la tribu. Los mellizos escuchaban atentos, especialmente Ozune, que tomaba notas mentalmente de todo lo que su padre decía.
Más tarde, en la plataforma privada, Zu'kumbo y Okena se acostaron juntos, rodeados de las pieles cómodas. Esa noche, con su pareja a su lado y sus cachorros descansando tranquilos, Okena se permitió relajarse. La paz había vuelto a su hogar... al menos hasta la próxima travesura de Tazun.