teniendo en cuenta de que la familia Katz* no creía en la terapia, acabé viendo a Kay cuando la situación era completamente desesperada.
Kevin tuvo un accidente cuando era un pequeño pequeño, y su cara estaba demacrada, mas el tema jamás fue abordado, ni por Kevin, ni por sus padres, ni por su esposa. Hasta el día de hoy, Kay no sabe lo que le pasó a su padre para causar tales cicatrices.
Kevin estaba en la carretera todo el tiempo cuando los niños eran más pequeños, y se jactaba a todos y cada uno de que nunca había alterado un pañal o dado un biberón. Criar a los pequeños, mantuvo, era un trabajo de mujeres, y, debido a su carácter explosivo, el hijo de los pequeños aprendió a sostenerse distanciado de su padre.
“Dile a tu padre,” Kadisha le ordenaría a Kay, “que estoy harto de su tratamiento y que si no le gusta esta cena, que se busque a alguien más que se la cocine.”
“Y puedes decirle a tu madre”, le dijo Kevin a Kay, “que tiene suerte de tener un hombre tan sólido y recto como yo, déjala ir y ver qué más puede hallar, en especial cuando se dirige a remolcar a cinco niños”.
A veces emplear a los niños como intermediarios era tan largo que los progenitores olvidaban por qué no se charlaban entre ellos, y la conversación se estropeaba hasta “Dile a tu madre que pase los frijoles verdes”. Por último se agotaron, y por último comenzaron a charlar entre ellos de nuevo. Las disculpas nunca llegaron, todo el procedimiento se volvió agotador.
Kevin impuso un riguroso toque de queda, que Kay evitó escabulléndose por la ventana. Perdió a sus “viejos amigos”, como ella los llamaba, y halló ciertos nuevos que yo no llamaría “goteo”, mas que no tendrían mucho de positivo que es un familiograma que decir a este respecto. Había bebida, mariguana, actividad sexual. Habiendo crecido en un hogar judío tradicional, Kay estaba empujando los límites de cualquier cosa aceptable.
Pronto un pequeño que ella conocía –periféricamente, pero aún así- murió de una sobredosis de drogas, y le recomendé un programa de rehabilitación de drogas para Kay- en parte para tratar su creciente dependencia química, y en parte para sacarla del sistema familiar que estaba causando su decadencia.
Y Kay, mejorando su papel de paciente identificada, ha continuado con su espiral descendente, al paso que le entrega a sus cuatro hermanos la libertad de actuar en la disfunción familiar.